lunes, 9 de enero de 2012

La desastrosa primera vez.

Ok. Me reivindiqué… o tal vez, en esta ocasión lo hice bien, como debía hacerlo porque la primera vez, francamente, fue espantoso!!! Yo no pude mentirme a mi misma; así de mal… ni el auto convencimiento pudo con la cruda realidad; tenía 14 años, un kilo de cebollas y tenía que preparar almuerzo en un día de suspensión de clases por exceso de lluvias. Entonces tuve lo que ya denomino “Una Idea Brillante” (idea que a priori parece fantástica pero que siempre, sin excepción, termina con un pésimo resultado): Hacer una sopa de cebollas.

JA!

El resultado fue desastroso. Escogí una mala receta porque seguí la primera que encontré en casa sin darme el tiempo de consultar otros libros – la paciencia jamás ha sido una de mis virtudes…- y recuerdo que parte de las indicaciones de mi receta era cortar el kilo de cebollas en brunoise (cuadritos de 0,5 por 0,5 centímetros) y mi gen de mujer revolucionaria pensó “¿Para que picar el kilo de cebollas una por una si tengo una 1, 2, 3?!!!” Mala idea. Obviamente que mi picado fue muy rápido, ahorré preciados minutos de trabajo y, probablemente, muchas lágrimas de cocodrilo sin embargo, al probarlas, percibí un leve gusto amargo. Ok, bastante amargo... como metálico; no sé bien como describirlo de manera adecuada. En ese momento pensé que se pasaría en la cocción así que lo dejé pasar.

Segundo error.

Terminé con una olla lista para alimentar a un ejército con un horrible y humeante contenido cuyo vapor poco tentador hacía cabriolas en el aire. Para completarles la escena, era invierno, llovía a cantaros y todos esperaban una rica sopa… que claramente no era la mía!!! Me ahorraré la descripción de quienes se atrevieron a probarla. Bien recuerdo que, aun caliente, me dio una pataleta de aquellas, agarré un colador y taimada como estaba, volqué la olla en él dejando que el líquido escurriera al alcantarillado donde claramente pertenecía y los restos de cebollas a la basura (El basurero tampoco se quejó) Ese día, ofuscada como estaba porque si hay algo que no soporto es que las cosas salgan mal, aprendí valiosas lecciones:

1- Si vas a probar preparar algo por primera vez y no quieres improvisar, investiga varias recetas hasta que una de ellas te convenza lo suficiente o hasta que tu mente te ilumine mezclando varias de ellas.

2- No utilizar la 1,2,3 con las cebollas y a darme el trabajo de picarlas siempre a mano; Muchas personas no notan la diferencia pero yo le sigo notando un gusto raro, debería averiguar si soy la única loca que percibe esto, no?

3- Y la última lección, no menor: si vas a hacer algo por primera vez mejor intentarlo cuando nadie te este esperando con la cuchara/tenedor en la mano. De alguna manera relaja mas preparar algo nuevo sin presión, sin pensar que si queda mal varios quedarán con los colmillos clavados en el piso. Y, solo cuando la receta ya haya sido probada y tengas claros cuáles son sus puntos críticos, repetirla para otros. Todo estará más controlado y será como poner “play”; Ya sabrás la letra de esa canción y podrás cantarla a todo pulmón.

Y todo esto porque hoy, después de muchos años, me atreví de nuevo con mi sopa de cebollas. Corrección: Mi temida sopa de cebollas. Después de almuerzo, calladita para no tener a nadie revoloteando, me deslicé a la cocina y comencé a cortar las cebollas en plumas; de ahí en adelante, todo fluyó maravillosamente bien. No sé si es la mejor sopa de cebollas del mundo pero me hizo sonreír con la primera cucharada. Creo que lo maravilloso de este plato es que es bellamente simple. Sus ingredientes, su preparación, sus costos… es deliciosa!!!

No sé a cuantas personas les interesa leer lo que escribo, por FB he recibido mensajes de algunos comentando mis locas entradas así que aquí les va una pregunta: ¿Cuál a sido el gran plato desastroso que han preparado? Si se animan, dejen la historia en el blog, en FB o por inbox. Sería genial saber cual o cuales han sido “sus sopas de cebollas”.

jueves, 5 de enero de 2012

Una palabra.

Hay una palabra de la cual siempre he estado enamorada: Viaggiatore.

Decirla en voz alta ya es éxtasis; bocado a un tiramisú sublime de un lugar lejano.

Viaggiatore… Tropecé con la palabra mientras traducía un texto atrás hace años, torpemente como solo una amateur a la traducción puede hacerlo: a punta de borrones con un diccionario y una taza de café tibia de madrugada. Con los tomos y libracos de aburridas materias, Viaggiatore sucumbió a años de textos aburridos que terminaron arrinconando la palabra en una esquina polvorienta de olvido. Sin embargo, desde ayer en la mañana Viaggiatore resuena en mi cabeza invitándome a viajar. Estaba en la ducha cuando asaltó mi cabeza casi gritando “¿Me recuerdas?”. Me vestí pensando en ella, en el contexto de cuando la había descubierto y cómo la asociaba a una de mis más queridas cartas del tarot: El Mago. Luego me puse a hacer otras cosas y dejé de darle vueltas… Hasta la tarde donde apareció con gloria y majestad. No revelaré detalles de mi extraordinaria tarde pero, de una u otra manera, los puntos esparcidos en la hoja, se unieron armónicamente con ella de brújula. Insólito saber que la palabra me encontró primero y me subyugó dulcemente con parajes que aun no he visto, aromas, sabores que aun no he experimentado… todo es latencia de momento; un palpitar, otro palpitar que retumba en esta palabra que va tomando forma seduciéndome a dar pisadas donde no entienda lo que hablan… donde cada mañana extrañe y me maraville con la misma intensidad.

Viaggiatore. Si escarbo un poco en la superficie, hasta el perfil de hombre que realmente me han atraído llevan tierra de otros países en sus zapatos. No sé si algo de esto se concrete finalmente, solo sé que Viaggiatore ha despertado como un dragón hambriento en busca de nuevos rumbos.