viernes, 5 de octubre de 2012

Seguro en lo inseguro.


Nos entrenan desde primer semestre para disminuir los riesgos en la cocina: toma el cuchillo así, al cortar la otra mano debe estar como “garra” para que no te rebanes los dedos, si se te cae un cuchillo jamás intentes tomarlo en el aire, corta el gas, cuidado con el aceite caliente, no corras en la cocina, utiliza las huascas con las ollas , protege manos y brazos en el horno, jamás dejes cuchillos al interior del lavaplatos, grita cuando vas pasando con algo caliente, preocúpate de tus dedos con el rallador, limpia con extremo cuidado la máquina laminadora…

Sucede que con el tiempo nos relajamos al ver que no nos pasa absolutamente nada. Inevitablemente, vamos tomando confianza en lo que vamos haciendo. Confiamos; en los demás, en nosotros, en “San-guchito que nos cuida desde Arriba. Estúpidamente confiados. Perdemos la cautela inicial que nos protege y es entonces cuando acaece: Un momento de distracción, un arrebato de confianza y gritamos garabatos, alaridos y hasta dejamos regueros de sangre y lágrimas en el piso. Gritamos porque no hay mejor expresión de dolor que ese aullido que emerge de las entrañas cuando todo se sale de control y te duele. Corte, sangre, quemadura y hasta pedazos menos. 

El corazón en la herida.  

Late, late, late y tu cerebro solo piensa en aplacar el dolor!

Lo que olvidan decirte es que las heridas superficiales duelen tanto o más que las profundas. Lo que olvidan mencionar es que el peor error que puedes cometer, en este ámbito, es pensar que nada te pasará y asumir que el otro que está a tu lado está constantemente preocupado de cuidarte a ti también. La verdad es que tal vez el pelota ni si quiera se esté cuidando así mismo.

En cuanto a seguridad, en cocina mejor ser desconfiado. Ahorrarás muchas cicatrices.

lunes, 1 de octubre de 2012

Efecto colateral maravilloso.


Hay personas que hacen deportes hasta que los músculos se les acalambran, otros que comen compulsivamente, van a la peluquería, no se levantan de la cama, se toman hasta el agua del florero o compran todo lo que les de la tarjeta de crédito; todos tenemos nuestra técnica para evadir E.E.P. (estados emocionales peligrosos). Yo generalmente gravito en dos: o como o cocino. Gracias a los de Arriba que si cocino se me quita el hambre porque sino iría rodando por la vida. Algo tiene la cocina que me deja la mente en blanco; puedo tener un día negro, haber peleado hasta con el Papa, tener los ojos saltones de las lágrimas y todo se pasa con el primer corte; con la primera espatulada, con ese movimiento rápido al cual nos volvemos adictos  desde el primer semestre al saltear algo en el sartén. Al final es una especie de terapia bastante fructífera porque se puede comer mi rollo mental ¿No? Si lo pienso detenidamente un mal día es igual a un kuchen de manzanas. ¿Estoy triste? Va a dar como resultado cualquier cosa con chocolate y si ando idiota, probablemente va a ser algo salado y al sartén en lo posible flambeado con alguna pócima con mucho alcohol ( Algo que prenda y genere una buena llama que baile por unos instantes!!!) No sé si les pasará a todos los que estudian cocina o se dedican a esto pero al estar entre el horno y los quemadores, solo me concentro en lo que estoy haciendo dejando atrás lo que sea que me venía estorbando.

Me pasó esto el sábado pasado. Tenía la cabeza a mil al llegar al restaurant y se me pasaron todos los males preparando tiramisú y una endiablada torta de panqueques que me mantuvo entretenida gran parte de la tarde con quemadura incluida ¿Será que por ser un trabajo manual tiene ese efecto colateral maravilloso? Corta, bate, rebana, gratina, filtra, asa, lava, espatula, seca… No pienses en nada más. Todo en algún punto se transforma en un delicioso trance que te envuelve y por el cual te dejas arrastrar. Seguramente esto no le pasa a casi nadie y soy una de las pocas locas con este efecto secundario. En más de una ocasión las sábanas han intentado retenerme, he llegado a la U o al trabajo con el café incrustado en la mano y los ojos de japonesa con insomnio crónico pero empiezo a cocinar y ya está ¡Sale el sol!

Tal vez no debería salir de la cocina. Debería hornear una cuota de cupcakes todos los días para no parecerme tanto a Isi de Grey’s Anatomy  que le daba E.E.P. y horneaba hasta que la cocina no daba abasto entre los quequitos, las tortas y panqueques. ¿Puede tu trabajo provocar estrés y ser a la vez tu terapia? ¿No suena esto algo contradictorio?

Y hoy tuve uno de esos días en que no quieres nada con el mundo. Todo a raíz de una pelotudez que me di cuenta el sábado en la noche después del trabajo mientras manejaba a casa.  Y como dicen por ahí “una vez que abres los ojos ya no puedes cerrarlos”. Y por más que lo intenté hoy, no los pude cerrar. Lo más sano hubiese sido encerrarme en una cocina y salir solo cuando hubiese amordazado al demonio que me apretaba el corazón. ¿Pero qué hice brillantemente?  Aproveché la cancelación de clases para volver a casa y tratar de dormir con la tercera temporada de Grey’s de fondo porque creí que todo se arreglaría con terapia de sueño. JA! No sé para que me engaño. Debería haber prendido el horno y haber iniciado la terapia con una tanda de galletitas con unos buenos trozos de chocolate.

No soy tan lista. Sigo creyendo en todos los seres humanos.

 Me pregunto cuándo se me quitara ese pensamiento invocante a Rousseau.