domingo, 18 de diciembre de 2011
Crear Magia!!!
El jueves pasado di la última de taller de cocina; salí espantosamente impregnada a reineta pero feliz!!! Noten la sutileza del vocabulario “Impregnada”… Ja ja ja! Yo A-PES-TA-BA! Así, tal cual. Si la gente no se alejó de mi en el metro fue porque no tenían espacio al cual huir! (acá iría una carcajada de villana planeando una buena maldad ante la mirada asustadiza de sus víctimas)
Además, aun no manejo bien la técnica de filetear un pescado (Gracias Manuel por ayudarme en la prueba porque no lograba arrancarle las espinas superiores ni inferiores!!!), mis vegetales torneados – Tornear: con el cuchillo les das formas a los vegetales de modo tal que se mejore su presentación o adornen un plato- hay que mirarlos, definitivamente, con mucho cariño y creatividad para adivinar qué son pero, aun así, después del jueves, puedo decir que fue prueba superada con creces. Supongo que la práctica hace al maestro, ¿no? – Aunque, para ser honesta, tendría que tornear papas, zanahorias y nabos todo el verano para conseguirlo!!!
Ahora como arándanos congelados (me encanta comerlos recién sacados del freezer. Parecen micro helados de agua en bolitas!!!) y pienso en cuadrar todo lo que tengo que hacer mañana en dos horas para mi prueba. En paralelo, busco nuevas ideas para el relleno de pavo de navidad y pienso en los postres… Algo rico y sorprendente para esperar las 12 de la noche y abrir los regalos tras una maravillosa cena! Y entre todo este enjambre mental, cruzan ideas de comprarme una máquina para hacer helados, en saltar a la piscina, en ordenar mi closet que seguramente ya tiene en su gran desastre un pasadizo secreto a Narnia y en guardar mi uniforme (Alias “El disfraz”) para mañana. Porque obvio que estaré a última hora mañana guardándolo todo como buena chilena, hiperventilada repitiendo mentalmente medidas y me iré de casa pensando que se me queda algo. Si tengo un buen día, solo es mi lado negativo jugándome una mala pasada. Si tengo un mal día, es mi señal de alarma para llegar a la universidad, vaciar la mochila con el corazón a mil y esa vocecita interna macabra muerta de la risa diciendo “¡Te dije que se te quedaba algo! Te lo dijeee!!!” Lo trágico de que se me quede algo es que no podría rendir mi prueba. Uno instantáneo!
Pero no me quiero mover aun. Todavía me quedan arándanos y miro mis uñas de los pies junto al laptop pensando en pintarlas. También extraño pintarme las uñas de las manos. Entiendo por qué no puedo cocinar con esmalte de uñas pero eso no quita las ansias de llenarlas de colores. Tal vez debería enfocarme en escribir algo coherente y menos superficial pero cada línea tiene, entre punto y punto, a lo menos dos minutos de diferencia que es el tiempo que aproximadamente me toma seguir revisando rellenos de pavo en internet y ojear el especial navideño de Jamie Oliver en el Fox Life. (Y pensar en la inmortalidad de las uñas de mis pies… of course!)
Prueba, esmaltes, manzanas y castañas, prueba ¿Piscina? No, no… Debería in por un café y dejar de pensar en navidad. Estudiar…. ¿Con este calor? Vuelvo a la Navidad ¿Acaso hay algo mejor? Solo me falta la nieve para la estética perfecta. Hay algo en el aire (Si hay un Grinch leyéndome, algo que no es el mal genio con rabia espumosa emergiendo de la boca en las personas comprando apuradas en un mall) Esta es una época donde te esmeras porque todo salga perfecto, por disfrutar una rica cena con los tuyos… te esmeras por crear magia.
Así que, donde sea que estén, en el lugar del mundo que la Rueda de la Fortuna los llevo (arrastró, secuestró y, en algunos casos, hasta amordazó) espero que se dejen embriagar por esta época y dejen todo de lado un momento para encantar a sus seres queridos: Atrévanse a galletear aunque se les queme la masa, preparen esa receta que tanto tienen en mente pero que jamás se han atrevido, jueguen! Porque se puede, como si fueran niños fusionando sabores, colores y texturas y pasen estas fiestas celebrando con el alma. Irradien magia y encandilen porque toda esa energía se transmite a los que los rodean y llena los corazoncitos. Frecuencia navideña! En esta época todo es posible!!!
¡¡¡Felices fiestas!!!
sábado, 26 de noviembre de 2011
Ambiente de estudios...???
Y yo que ilusamente pensé que esto sería relativamente fácil… JA! Si ando perdida es por la mágica mezcla de Estudio + Cansancio + Pedidos + Calor + Algún carretin por ahí. En verdad, y que pena decirlo, ese listado va de mayor a menor así que mis “salidas recreacionales” han disminuido notoriamente en la semana (Mas que nada porque a nadie le gusta ver a un extra de The Walking Dead bailando un viernes por la noche, no?)
¿Qué tal va todo? De momento, maravillosamente bien. “De momento” pasando los 8 ramos, de momento rezando a los santos parrilleros para eximirme de los 6 ramos en que me lo permiten (Lógicamente talleres de cocina y pastelería no tienen examen así que estoy frita en el mejor concepto culinario con clases y pruebas forzadas de ambos hasta el 19 de diciembre).
El día a día transcurre simple; Me levanto a las 6:30 con cara de zombie, ducha cantada, vestirme, desayuno flash, arreglarme y salir. Me subo a presión al metro con mis ciento y tantos amigos en el vagón, me voy de sticker en la ventana con mis lindos audífonos en los oídos para dejar el cuerpo y que la mente flote por ahí… bien lejos ¡En un lugar con espacio! Llego a la U entre 8:30 a 9:00. Me tomo el segundo cafecito del día y reviso el diario que me traigo de casa. A eso de las 9:30 comienza el estudio de lo que sea; lo que tenga a mano, pendiente o con próxima prueba hasta que comienzan mis clases que varían, en su mayoría entre 11:40 y 14:00 hasta las 18:20 todos los días. Así que mañanas estudiadas dan dos beneficios: buenas notas y fin de semanas libres!
Hay cosas que no he contado y que más de un fin de semana, que es cuando me siento con mi cafecito mañanero con el laptop a inspirarme antes de partir el día, he pensado en escribir. No, no voy a hablar de mis nuevas lesiones porque el “incidente del kiwi” aun sigue fresco en la memoria de algunos así que mejor omitir ese tópico para no brindar gratuitamente más material que será usado en mi contra… No sé, cosas como el ambiente universitario al cual aun no me adapto (la copia chilensis y bien a carbón de Lady Gaga, Britney con las raíces negras, la doble-doble de la vocalista de Paramore, el tipo de dudosa sexualidad que se viste con shorts negros de satín ajustados y las calzas de animal print por tan solo nombrar a algunos de los personajes destacados de mi farándula criolla… Todo esto mezclado con tipos tan, tan -y perdón la palabra, no me gusta usarla pero a veces no queda de otra- flaites que, en conductas y formas de expresión que simplemente me repelen) El haber pasado por una facultad de Derecho inevitablemente me acostumbró a un estándar de alumnos que, con el paso del tiempo, se mimetizan porque, el que intenta ser “diferente”, usualmente es objeto de burlas del profesor de turno. Todavía recuerdo en primer año a un compañero que llegó con una camisa con estampados de flores caribeñas, shorts y chalitas a clases y el profesor se planta delante de él muy serio, lo mira hacia abajo y le pregunta fuerte y con voz profunda “¿Y usted? ¿Viene a la playa?” Nunca más lo vi venir con nada similar. Ahora es diferente; entre tipos con pinta de asaltantes que se garabatean de un lado a otro de la cafetería, el picante que pone el reggaeton a todo volumen en el laptop para que nos enteremos de que tiene un laptop y la otra mas allá que cuenta con cuantos pipeños en la cuneta quedo out la noche anterior… Ufff!!! No sé, creo que extraño mi otro ambiente de estudio… Extraño escuchar debates en el patio, extraño ver a personas leyendo efectivamente el diario, comentando alguna noticia; No me mal interpreten, hay personas que hacen esto pero son las menos, hay personas con las que, gracias a Dios, puedo hablar de algo más que el tiempo, pero siguen siendo las menos. … A veces extraño el silencio al estudiar en las mañanas porque pareciera que si te ven estudiando, hay un deber de poner la música en alto para torturarte. En Derecho, si veías a otro estudiando, daba lo mismo dónde estuviera (biblioteca, patio, pasillo…) bajabas la voz para no perturbarlo. Acá da igual. Bueno, tampoco se ve mucha gente estudiando… tal vez vaya por ahí el tema…
Increíble que yo esté diciendo que extraño a la Boca del Infierno… Quien lo diría!!!
Que fuerte es cómo nos moldea el lugar de estudios. Confieso que no tengo ningunas ganas de acostumbrarme a esto. Prefiero seguir respingando la nariz a incorporar actitudes, conductas, formas de vestir y de expresión que, de momento, me parecen más que burdas. No tiene nada que ver con el estrato socioeconómico, es crianza, valores, educación. Y si no tienes nada de eso, no hay billete que te salve.
Iba a escribir algo más de mi compañerito “Calcetines de la suerte” pero creo que me abstendré para no ser tan deslenguada y quizás hasta “estirada” en este post. No voy a escribir mintiendo, así veo yo mi nuevo ambiente… tal vez con el tiempo ya no me llame la atención lo mismo que me hace abrir los ojos como monita de animación japonesa ahora. Quién sabe, al final siempre es cosa de adaptarse; como bien está comprobado a lo largo de la historia, animal que no se adapta, muere.
Que tengan un gran fin de semana!!!
lunes, 24 de octubre de 2011
Prueba de Taller de Pastelería.
Actualizando, marcando tarjeta, escribiendo tras un pequeño tirón de orejas. ¿Qué decir de mi vida como estudiante de gastronomía? Ufff! Y luego de eso, probablemente intentaría copiar la mueca de Homero Simpson cuando inclina su cabeza hacia atrás y saca la lengua hacia un costado porque hoy, francamente, quede reventada cual animalejo en carretera sureña tras mi prueba de taller de pastelería.
Las pruebas en los talleres de cocina son estresantes porque vas siempre contra reloj “Tienen 1 hora 45 minutos para entregar la tartaleta completa, los repollitos rellenos con crema diplomática; decorados con mitad con azúcar flor, mitad con chocolate”.
Escuché el tiempo y me empezó a saltar un ojo. Si, aun tenía la esperanza de que, por un golpecillo de suerte o un mini milagro concedido por algún santo amante de la buena mesa, tuviera más tiempo en mi prueba el día de hoy. “¿Tomé café en la mañana? Si… dos tazas… será suficiente cafeína?… lo dudo!” respondió uno de mis amigos imaginarios esbozando una sonrisa maquiavélica. Ya estaba ahí, disfrazada inmaculadamente con mi uniforme así que había que darle! En orden a todo lo que debía hacer, inspiré profundo y manos a la obra! Partí a lavarme bien las manos y a limpiar mi lindo mesón de acero inoxidable por lo que mi complejo de mesera siempre sonríe peligrosamente en esta etapa. Posterior a eso, ya empiezo a salir de mi campo de flores para pintarme un par de rayas en las mejillas, parar una pluma rimbomabante y, de soundtrack, solo para darle un toque, podrían haber algunos tambores invocadores a batalla y tormenta… Empieza la guerra!
¿Por qué? Después de la etapa “Limpieza” toda prueba parte con el que llega más rápido y consigue las mejores ollas, bowls, coladores, usleros y otros tantos artículos que pasan por un lavado obligatorio antes de llegar al puesto de trabajo. Posterior a ese proceso que suena a tormenta eléctrica con alumnos disparados acaparando lo que pueden en plena sonajera, viene la segunda batalla: Gramaje; pesar y medir todos los ingredientes antes de empezar a cocinar. Así que imagínense a un grupo de alumnos en la misma frecuencia, peloteándose las bolsas de azúcar, harina, maicena, margarina de horneo, mantequilla, apurando al que estaba pesando para avanzar rápido y el pobre que ya suda la gota gorda trata de sacar con un pulso tiritón los 5 gramos que puso de mas con la mirada fiera de los que están en la fila jaja! En tanto, con el apuro, las pesas se van empolvando, las frutas salen rodando, los huevos suicidas se precipitan al vacio y tu solo intentas llevar la cuenta de cuánto has avanzado, qué diablos era lo que estas pesando ahora y todo lo que te queda por hacer. Entonces toca tu turno, pesas y te diriges a tu mesón con lo pesado y vuelves a repetir la operación con todo. Es un “bis” con el baile de los alimentos de turno. Finalmente, en mi mesón brillante destacaban una fila de bowls y timbales de diferentes tamaños con los ingredientes de la masa de la tartaleta, la masa de los repollitos, los ingredientes de la crema pastelera, huevos y unas cuantas frutas para decorar la tartaletita.
¡Es hora de ensuciarme! A empezar a trabajar!!!
Partí con lo que demoraría más tiempo en enfriar: La crema pastelera. Tomo todos los ingredientes, los filtro y me dirijo muy campante hacia el sector de cocina para empezar la cocción cuando me percato que todos los fogones están ocupados por mis compañeros que fueron más rápidos que yo ¡Crap! ¿Y ahora qué? Esperar a que un fogón se desocupe implicaría a lo menos 15 minutos perdidos! La profesora amablemente me hace entrega oficial de una cocinilla tipo camping y un curso expreso de “Así se arma-prende-apaga-si?” Media atontada y con el corazón disparado en un galope soberbio, dejo la olla en esa cocinilla de dudosa competencia y pienso que esos minutos que he perdido en solucionar el problema de falta de fuego, ya no los podría recuperar. Empiezo a revolver mi litro de crema pastelera y por esas cosas del destino, miro mi mesón y me percato que me falta el bowl donde había dejado todos los ingredientes de la masa de la pastelera. Mi corazón vuelve a dispararse mientras la vista se centra en el líquido que revuelvo ¡¡¡ ¿¿¿Metí todos los ingredientes de la masa en la misma olla de los ingredientes de la crema pastelera???!!! Dios por favor dime que no!!! Vuelvo a chequear mi mesón y no, no estaba.
¡Ataque!
¿Qué diablos hago? Alternativa uno: Revolver, hacerme la tonta (por no decir otra palabrita) y ver que tan mal sale la crema pastelera con el extra de harina, margarina de horneo y otros o, alternativa dos, decir que me había equivocado a la profesora, que me restara nota, tirar mi preparación dudosa a la basura, volver a pesar todo y partir de cero. Ya, a esas alturas, no quería saber cuánto tiempo había perdido…!!! Simplemente opté por no intoxicar a nadie, confesar mis dudas, eliminar la preparación y volver a partir de cero cuando ya mis compañeros tenían listas sus cremas pasteleras y se aprontaban por empezar la masa de la tartaleta yo recién figuraba roja como tomate, pesándolo todo.
Para cuando tuve todos los ingredientes de mi crema pastelera, un fogón de los de cocina estaba libre, evadí la cocinilla dudosa y me instale a revolver y rezar. Si señores, rezar. Mentiría si digo que recé solo a Dios; hice un listado completo de mis antepasados, a dioses griegos, algunos egipcios (mi profe de historia del colegio estaría tan orgullosa de mi!!!) y a varios santos y ángeles solo por si las moscas. En eso tengo un chispazo ¡Mi bowl con todos los ingredientes de la masa de la tartaleta que, pensé, había mezclado anteriormente por error, figuraba en el refrigerador ya que la había dejado ahí para que no se me derritiera la margarina de horneo mientras mi profesora me explicaba cómo se prendía la cocinilla!!! Aaaaggggght! Demonios! Había tirado a la basura tiempo valioso por nada! Por estar desconcentrada y acelerada!!! Maldiciéndome, intentando tranquilizarme y rezando, todo al mismo tiempo seguía revolviendo mientras uno de los extremos de mi paño de cocina, con el que tenía tomado la olla, comenzó a chamuscarse. Ya qué más, qué maaaaas!??? Mi crema pastelera estaba lista cuando ya un grupo de mis compañeros disponían de la masa de sus tartaletas en el horno. Mierda, mierda, mierda ¡Totalmente atrasada!
Mi profesora de cocina se paseaba por los puestos chequeando, monitoreando, tomando notas y yo…yo solo corrí al refrigerador para seguir con la famosa masa y extraer mi bowl endemoniado de ahí. Al aproximarme me percato con horror que, en vez de haberlo metido en el refrigerador, lo había metido en el congelador! Resultado? Margarina de horneo requeté congelada! Miré al techo y pensé “C’mon!!! Un poquito de ayuda aquí pleaseee!!!” El cerniscado (formar migas con la margarina de horneo, harina y azúcar) fue más que difícil. La margarina se oponía a salir de su congelamiento y por más que aplicaba fuerza empeñándome como si mi vida estuviera en juego, en formar las migas, no resultaba. Finalmente, no se cómo, empezaron a formarse. A esas alturas mi corazón pedía una máquina resucitadora, mi cara estaba fucsia, y sentía escalosfrios en mi espalda. ¡Amasado! Esta etapa se me dio fácil, quizás por la práctica que tengo con el uslero. Solo debía cuidar que, al momento de introducir la masa al molde, esta no se quebrara ya que me descontarían puntaje. Resultó impecable! Para cuando estaba metiendo mi masa de tartaleta al horno, todavía tenía parte de mis compañeros uslereando. ¡Vamos ganando terreno! (Mi amigo imaginario maquiavélico susurro en mi cabeza “mas bien ellos se están rezagando, tu no has ganado nada!” pero preferí omitirlo por aguafiestas al muy bestia…)
¿Siguiente paso? Masa de repollitos. Es una masa endemoniada porque debes revolver, revolver y seguir revolviendo una bolita de harina con agua y margarina de horneo mientras le vas incorporando uno a uno los huevos. La masa intentaba con todas sus fuerzas de rechazar los huevos separándose en mil pedacitos mientras yo obstinadamente, y sacando fuerzas de un gen hulk perdido, revolvía dando la batalla con la cuchara de palo incrustada en mi piel. El resultado final no me pareció mal, y sin pensar siquiera en la hora, empecé a manguear la masa bajo la mirada atenta de mi profesora que escribía sin parar. En tanto recordé la masa de la tartaleta, la chequié y aun no tomaba color. A seguir mangueando los repollitos y bandeja al horno para que se cocinasen.
Masa de tartaleta lista! La saqué del horno mordiéndome la lengua por la quemada de mi dedito chico y pasé lista a lo que me faltaba por hacer: Derretir chocolate a baño maría, crema punto chantilly, cortar la fruta para la tartaleta eran los pasos próximos. Dispuse el chocolate a baño maría en tanto me empecinaba en hacer andar la batidora del taller que no me quería ni un poquito! Mi profesora amablemente me ayudó a montarla y empezó a batir la crema punto chantilly mientras yo cortaba las frutas y rezaba a esas alturas para no cortarme. “Les daré unos minutos más extras!” dijo mi profesora y a mí me sonó a canto celestial porque de lo contrario, no alcanzaba a presentar nada! Rellené la tartaleta, dispuse la fruta, chocolate listo y revisé mi batidora que giraba y giraba con mi crema punto chantilly. La saqué cuando consideré que estaba correcta, tuve que pedir ayuda para desmontarla nuevamente a mi profesora que ya temía claramente que yo en mi apuro la rompiera, y cuando la iba a refrigerar, me asaltó la duda ¡No esta lista! Le falta batido!. Nuevamente a pedir ayuda a mi profesora con la batidora (si no me ahorcó fue porque tiene una paciencia infinita y se lo agradezco!) y la batí un rato mas en tanto sacaba los repollitos que ya están perfectos. A pedir ayuda con la batidora, refrigerar la crema punto chantilly y comenzar el proceso de cortarlos para el relleno. Mezclé a la velocidad de la luz la crema punto chantilly con lo que me quedaba de crema pastelera hasta formar la crema diplomática, agarré la manga y dispuse este relleno con las manos temblorosas. No iba a alcanzar, era imposible que alcanzara! Mi profesora avisó que ya estaba por concluir el tiempo. Pregunté cuantos debíamos presentar y me dijo que con diez ya era suficiente. Hice doce solo para prevenir y rogué nuevamente a los de Arriba que con ello fuera suficiente. Esta nota era un 35% de mi nota final, no quería un rojo….!!! Mi corazón amenazaba con detenerse. Me vi llegando al Spa Alemana (Clínica alemana con mascarilla de oxigeno incluida!)
Ahora quedaba decorar los repollitos con azúcar flor y otro tanto con chocolate. Debía realizar lo que en clases me demoraba una eternidad en hacer: El Cornet (un cucurucho de papel mantequilla en el cual se introduce el chocolate, se cierra la parte de arriba con un doblez, se le corta el extremo delgado y dibujas sobre la superficie a elección… yo debía hacer líneas sobre algunos repollitos) Mi profesora empezó a decir que el tiempo había finalizado cuando mi precario cucurucho desbordaba chocolate por la parte de arriba en vez por la de abajo. Me rendí! Boté la porquería de cucurucho, fui por la azúcar flor la espolvoreé sobre los restantes con los últimos restos de energía que mi desayuno me había dado.
Ya se aproximaba la hora de la verdad. Nada que hacer.
Al momento de presentar mi trabajo sentí que mi alma se desplomaba sobre el banquillo de los acusados. ¿Qué recuerdo que me dijo mi profesora? Que había olvidado el brillo final de la tartaleta (Brillo? ¿Qué brillo? Claro que lo había olvidado! Maldita gelatina transparente viscosa!!!), que ella sabía que yo sabía pero que nunca me había visto tan dudosa como en esta prueba (para mis adentros pensé que dudosa no era la palabra correcta, se acercaba más nerviosa-hiperventilada-con-un-inminente-ataque-cardiaco…) Que a la masa de los repollitos le faltó medio huevo y no sé qué mas… Solo sé que en un momento me extendió un triángulo de papel mantequilla y me pidió que le hiciera un cornet para verificar si sabía hacerlo. Tomé el papel recordando mi anterior desastre de chocolate rebozante y lo hice, no sé cómo pero resultó. Finalmente y solo para acabar la tortura, me hizo escoger dos números para interrogarme sobre la materia vista en clases. Respondí bien. Ella llenó más números en mi ficha de evaluación y llamó a mi siguiente compañero. Uno tras otro iban pasando con sus creaciones y caras de compungidos. De mi nota? Nada. Me puse a limpiar esperando que nos la dijera a todos al finalizar la clase para no tenernos en ascuas más días. Mejor que el tiro sea rápido ¿No?
Así pues, limpiamos el taller hasta dejarlo nuevamente inmaculado y esperamos, esperamos, y esperamos a que nos dijera nuestras notas. Finalmente sucedió. Se sentó frente a nuestras hojitas llenas de números y empezó a sumar. En voz alta y frente a un semi círculo de alumnos expectantes, comenzó a decir nombres y notas, yo solo recuerdo que el mío llegó acompañado de un leve salto de mi corazón. Seis coma uno. Alguien dijo algo que me recordó que debía exhalar y seguir respirando ¡Lo había conseguido! Pese a todo lo había logrado!!! Sentí una imperiosa necesidad de sentarme pero no había nada. Tomé mis cosas aun con las manos tiritonas, me despedí de mi profesora y me retiré del taller arrastrando los pies hacia el camarín para sacarme el disfraz. Las únicas cosas que necesitaba en ese momento era una pepsi light, un asiento hasta calmar mi brote de parkinson y una ducha ¡Con urgencia!
martes, 27 de septiembre de 2011
Así no mas con las papitas...
¿Sabían que las bolsas de snacks- típicos paquetes de papitas fritas, doritos, galletas, popcorn y similares - no tienen aire adentro?
¡¡¡ Yo no tenía idea!!!
Les inyectan dióxido de carbono para mantener una atmosfera controlada en el producto. Traducción del arameo: De esta manera se extiende su “vida”; evita que microorganismos encuentren un nuevo hábitat en el cual reproducirse y mantiene esa papita crujiente, maravillosa, sublime! Como si recién hubiese sido elaborada…
(Léase con tono de Homero Simpson) Papiiiiiitaaaaaaaas…!!!
Y yo, la ilusa, pensando que solo era aire el que le inyectaban al paquete para evitar que se moliera el producto en los múltiples traslados! Menos mal que no se me ocurrió levantar mi linda manito en clases para responderle al profesor mi brillante teoría de kínder respecto al envasado de papitas...
[Nota mental: Alumna que finge escribir siempre sirve para otra pregunta!]
Así que ya saben ¿eh? no es aire. Dato freak del día para aprender algo nuevo si, como yo, estaban en kinder (Lo mismo pasa con esas maravillosas ensaladitas envasadas y listas para servir que compran en el super! Al abrirlas, deben consumirse pronto ya que, al perder el dioxido de carbono y al entrar en contacto con el aire, comienza el "Proceso de Pardeamiento Enzimático Oxidativo" en las verduras; en chilensis vulgaris: ¡Se oxida! Y muuuuy rápido!
martes, 20 de septiembre de 2011
Comidas afrodisíacas.
domingo, 18 de septiembre de 2011
Energía ancestral del Chocolate.
Me estoy tomando un descanso. En la cocina, enfriándose y en dulce tortura, dos biscochos de vainilla con trocitos de chocolate que esperan transformarse en dos bellas tortas de cumpleaños me sonríen invitándome a quedarme con ellos en vez de entregarlos. ¿Creen en el azar o que nada es casualidad? El jueves, cuando tomé este pedido, en cierta medida temía por él; ya saben… 18 de septiembre, asaditos, alcohol, caña (resaca o hangover…) y una chef media zombie podía traer más accidentes que aciertos al momento de poner las manos en la masa. Aun con todo, hoy desde las 8 am realicé el mise en place y a las 9 ya figuraba el primer biscocho en el horno liberando ese maravilloso aroma a cacao que hace que mi sangre corra más rápido.
De alguna manera y por absurdo que suene, creo que no fue casualidad que hoy tuviese que preparar este pedido. Supongo que de alguna forma necesitaba del poder curativo del cacao.
No les daré la lata de contarles historias del origen del xocolatl pero no deja de ser llamativo que tantas civilizaciones rindieran culto a los granos de cacao que fermentados, diluidos en agua, incorporándoles miel, chiles, harina de maíz y otros cruzaran fronteras deleitando, inicialmente, paladares en el nuevo mundo. Yo revuelvo mi frosting de chocolate bitter suavemente con mi cuchara de palo mirando como esta mezcla oscura y brillante emana remolinos de aroma cautivante. Cierro los ojos y vuelvo a llenar mis pulmones de la cura pensando que, si bien creo que nada pasa por casualidad, todo en esta vida es una opción. Y ¿saben? Hace tiempo que decidí ser feliz. Hace tiempo que me prometí que sucediese lo que sucediese, yo me limpiaría las rodillas y seguiría caminando. Revuelvo hipnotizada con el aroma y las ondas del chocolate percatándome que la elección hace días era evidente pero que solo ahora yo podía tomarla. Ni un segundo antes, ni un segundo después, todo sucede a su tiempo que “…es como un bicho que anda y anda” como dijo un grande del otro lado de la cordillera. Entonces todo en ese momento calzó. Apagué el fuego observando por unos segundos más el brillo del frosting como si de él, cual ritual que cose el alma, yo extrajera fuerzas para extender mi brazo derecho y finalizar el ciclo. Me saqué la cruz, mi amuleto de la suerte, aquel pequeño objeto de plata que me había regalado.
Simplemente no se puede forzar a alguien a que te quiera. Sonrío levemente pensando que jamás le dije esto pero, a estas alturas, el bicho ya ha caminado demasiado rápido y me debería bastar solamente con asumirlo.
Verifico que los biscochos ya estén listos para el relleno e inhalo profundo de nuevo para pasar el hilo del chocolate imaginario por el alma y desearle, con esta energía ancestral, la felicidad del mundo. Quizás soy extremadamente ilusa al desear esto pero creo que cuando quieres a alguien, quieres que sea feliz aunque esa persona no esté contigo.
Chocolate, chocolate, chocolate…
Tema del momento: Love remains the same de Gavin Rossdale.