"Salimos
del coche y corrimos hacia allí. Hacía mucho frío, y cuando me detuve para
empujar la puerta acristalada de la pastelería, mi aliento formó una nube
espesa. Empujé la puerta y entré en aquel resplandor amarillento, y Sam me
siguió, abrazándose para entrar en calor. La campanilla aún sonaba anunciando
nuestra entrada cuando Sam me abrazó por la espalda y me apretó contra él.
- No mires- me susurró al oído-. Cierra los ojos y disfruta del olor.
Olfatea, Grace. Vale la pena.
Apoyé la
cabeza en su hombro y cerré los ojos, abandonándome al calor de su cuerpo.
Tenía su piel a centímetros de la nariz, y lo único que podía oler era aquel
aroma terroso, salvaje y complejo.
-
No me refería a mi olor- protestó Sam.
-
Es lo único que percibo- murmuré, abriendo los ojos para mirarlo.
- No seas cabezota- refunfuñó, ladeándome un
poco para que encarara el centro de la pastelería. Había vitrinas llenas de
pasteles y dulces, y al fondo resplandecía una antigua caramelera-. Anda, da tu
brazo a torcer por una vez. Me lo agradecerás.
Su mirada
triste me rogaba que explorara una faceta de mi que había preferido no tocar
durante años, algo que había encerrado en mi interior porque creía que estaba
sola. Pero ahora tenía a Sam detrás, abrazándome, sosteniéndome como si
quisiera ayudarme a mantener el equilibrio, acariciándome los oídos con su
aliento cálido.
Cerré los
ojos, respiré profundo y dejé que los aromas de la pastelería entraran en mi
nariz. El primero que llegó fue el más fuerte, un olor a caramelo y azúcar
moreno, dorado como el sol. Ese era el
más fácil; cualquiera que entrase en la pastelería lo percibiría al instante. Y
luego, cómo no, venía el chocolate desde el más negro y amargo hasta el de
leche. Una persona normal no hubiera captado nada más, y una parte de mí quiso
abandonar en aquel momento. Pero el corazón de Sam latía con impaciencia pegado
a mi espalda y, por una vez, me rendí.
Entonces se acercó revoloteando el olor a la menta, agudo como el cristal, y después el
de la frambuesa, dulce como la fruta pasada. La manzana fresca y límpida. Las
nueces, untuosas, cálidas y terrosas como Sam. La fragancia sutil y afable del
chocolate blanco y … sí, allí estaba la moca, una nota intensa, oscura y
pecaminosa. Suspiré de placer, pero todavía había más. Las pastas de
mantequilla de las estanterías añadían una nota harinosa y reconfortante, y las
piruletas, un torrente de olores frutales demasiado vivos para ser naturales. Y
más allá, el toque penetrante de las galletas saladas, el chillón aroma a
limón, el regusto quebradizo del anís. Y otros muchos olores cuyo nombre ni
siquiera conocía. Gemí.
Sam me
recompensó con un beso fugaz en la oreja.
- Alucinante ¿verdad?- susurró."
A veces, sin buscarlo, me tropiezo con un conjunto de letras que describe a la perfección lo que hace mi corazón se acelere.
Texto extraído de Temblor de Maggie Stiefvater.