Desde que salimos del
puerto rumbo a al paraíso prometido, esta travesía va con brújula incierta y
sospecho que el único bellaco que sabe exactamente dónde diablos estamos es el
Loro Parmentier… Pero no debo adelantarme; toda historia tiene un comienzo y
esperemos, con la ayuda de San-guchito, también un buen final.
El punto de partida fue
la misión. Llegar a una tierra llamada “Egresados”. Para ello, debíamos llegar
un lugar perdido en medio de la nada, casi cayéndose de este mapa roñoso que
tengo entre las manos, llamado “Tesis”. Se nos dijo que sería fácil, remar un
poco, ser constantes y asunto resuelto.
¡JA! Los vendrán a buscar todos los monstruos
marinos por falsas ilusiones!!!
En un comienzo la
tripulación lucía normal. Partimos un día soleado con ese viento preciso que
vaticina memorables aventuras con un cálido sol de un verano que ya se
despedía. Día de aguas turquesas con aroma dulce a jazmines azóricos. La
jornada era simple: El día partía a las 8 am trabajando en el barco y acababa a
las 19:00…a veces 20:00 diciéndonos unos con otros “Vamos super”, “como avión”,
“nos sobrará tiempo para entregar el primer avance y que el profesor le dé una
mirada antes”. Si siguieron atentos las Bitácoras del Capitán, nada de ello
acaeció. Ya hacia el primer mes comenzaron las primeras señales de alerta. Ahora las páginas se suceden unas con otras
describiendo algunas conductas extrañas (el Capitán tacha “algunas” y escribe “muchas”
con letras mayúsculas con los ojos entre cerrados).
La primera voz de
alarma fue recoger a una vegana en un bote a la deriva que asusta a la
tripulación cuando anda estresada. Recorre el barco con café y mate dando
ánimos a los marineros hasta que le toca prueba y se manda a cambiar
maldiciendo como estivador irlandés no sin antes arrojar una bolsita de
rocklets que se pelean los marineros en plena faena de remos.
Luego, al mes de
navegar mar adentro, la tripulación (incluyendo a la nueva marinera vegana) comenzó a presentar los primeros episodios de bloqueos, risotadas eufóricas, alergias, calambres, ojos fritos y un extraño crujir espantoso de espalda tras remar todo
el día. Las primeras quejas de “¡¿Quién
me mandó a estudiar esto?!”, los primeros cantos “… todo se derrumbó dentro de mí,
dentro de ti…” y las primeras súplicas “tal vez viene un sismito de mediana
intensidad y zas! Nos dan más días de plazo” empezaron a ser usuales de
escuchar en la cubierta del barco. El viento cambió y las nubes comenzaron a
arremolinarse sobre nuestras cabezas.
No sucedió nada mas
que remar, tratar de elongarse sentados todo el día, beber té y café como
condenadas. Solo mar y más olas que levantaban el barco para luego darnos el
estómago vuelta cuando iba en bajada sobre las aguas turbulentas.
Un buen día apareció
un loro al que llamamos “Parmentier”. Solo sabemos de él que le gustan las
galletas, aparece en la hora Warner (de 18:00 usualmente hasta las 19:00 donde
todos nos reímos de nada a carcajada limpia y con caras de locas) y que una
marinera le tiene especial cariño porque le grita eufóricamente “Una galletita!”
como el loro de Aladino.
Al acercarse la fecha
en que ya debíamos llegar a la primera isla de descanso para reponer agua dulce
(y ron, tequila, pisco y un fin de semana de diversión) comprendimos que no estábamos
aun ni remotamente cerca de donde debíamos estar. La tripulación se volvió
errática, susceptible, con risa nerviosa que cambiaba a risotadas para luego
caer en abismos de silencio con la mirada perdida en un lejano horizonte. Me
encantaría decir que fuimos los únicos pero otros barcos estaba igual o peor
que nosotros. De pronto ya teníamos, junto a otros barcos, ocupado zonas del mar abierto destinadas a
los delfines, los pulpos y musarañas horrorosas de la U con cables, laptops,
hervidor y una gran montaña de cachivaches útiles desde paracetamol, té a un
enorme termo. Nos volvimos hostiles y amenazamos a muerte a más de un tonto
delfín que hablaba con megáfono en nuestra zona de remos. Si hubiese tenido un
garfio por mano juro por San-guchito que mas de alguno hubiese sucumbido ante
éste (ya nos encargaríamos del cuerpo lanzándolo por la borda a los tiburones!
La consigna es eliminar evidencia!!!)
Los cálidos
atardeceres dieron paso a temperaturas frías y noches invocantes a sopas y
lejanas camas con scaldasonnos. En medio de esta odisea de montaña rusa, recogimos
a otra marinera perdida que clamaba por ayuda y el loro Parmentier se daba a la fuga perdiéndose por horas vaya saber uno dónde. Los
barcos vecinos comenzaron a volverse silenciosos y ello dio paso a la época de
los quejidos colectivos como almas en pena, de tomarse la cabeza a dos manos, de
correr por la borda con los laptops en la mano gritando “¡El balance no me
cuadra!” y a invocar a profesores guías murmurando con fe tres veces su
apellido. Pero claro, como Winter is coming!, los muy astutos profesores guías
desaparecieron del horizonte buscando nuevas rutas para desplazarse entre la
sala de profesores y las salas de clases pasando desapercibidos ante nuestras desesperadas narices (¡Sospechamos de brujería de antaño, verdaderos pactos con el cuernudo!)
Los marineros de todos los barcos unimos fuerzas y nos pasábamos el dato de
dónde se encontraban en todo momento una vez que eran ubicados a fin de seguir
intentando resolver dudas. Si hubiésemos podido, les escondemos un gps para
tenerlos plenamente a la vista…
[Nota mental: No
descartar ese plan aun!]
Si señoras y señores,
fueron momentos muy oscuros.
Al acercarse la
inminente fecha de la llegada a la primera Isla llamada “Primer –inserte- aquí-la-palabra-soez-que-mas-le-guste-Informe”
el barco estaba deplorable. Crujidos de huesos, lamentos de frío, de hambre, de
vómitos, gritos de “esto no cuadra!” y plegarias al mas allá pidiendo desastres
naturales sin heridos que lamentar. El loro se arrancó el penúltimo día, justo
después de escuchar: “si nos faltan solo unos detalles”
¡Creo que aun escucho
la risotada de Dios, Buda y Satán en mis oídos!
Nunca confíen en esa
frase. ¡¡¡Nunca, nunca, nunca son solo detallitos!!! Horas arreglando “detallitos”
Horas interminables y a contra reloj! Detallitos ¡JA!
No sé bien como rayos
llegamos al Primer Informe. Solo sé que este fin de semana recién pasado los marineros
tuvieron chipe libre de invocar a Baco, Morfeo y a cuanta deidad encontraran
para relajarse. Aun estamos a la espera de la corrección pero creo que llegó el
momento de elevar anclas y encaminar el barco hacia la Segunda Isla: “Segundo-Informe-y-los-mil-demonios”.
Sinceramente, espero que la tripulación este repuesta para seguir adelante ya que volvió este bicharraco parlante de loro
para empezar a remar. Todo sea por la tierra prometida.
Que San-guchito nos
ampare… Marineros al barco! Y alguien que agarre al loro Parmentier por si debemos cocinar... ejem, para cuidar muy bien de él (Esta marinera vegana con complejo de estivador irlandés da buenas miradas fulminantes cuando se trata de animales...!)
¡Leven anclas y a remar!