Nos entrenan desde
primer semestre para disminuir los riesgos en la cocina: toma el cuchillo así,
al cortar la otra mano debe estar como “garra” para que no te rebanes los dedos,
si se te cae un cuchillo jamás intentes tomarlo en el aire, corta el gas,
cuidado con el aceite caliente, no corras en la cocina, utiliza las huascas con
las ollas , protege manos y brazos en el horno, jamás dejes cuchillos al interior del lavaplatos, grita cuando vas pasando con algo caliente, preocúpate de tus dedos
con el rallador, limpia con extremo cuidado la máquina laminadora…
Sucede que con el tiempo nos
relajamos al ver que no nos pasa absolutamente nada. Inevitablemente,
vamos tomando confianza en lo que vamos haciendo. Confiamos; en los demás, en
nosotros, en “San-guchito que nos cuida desde Arriba. Estúpidamente confiados. Perdemos
la cautela inicial que nos protege y es entonces cuando acaece: Un momento de
distracción, un arrebato de confianza y gritamos garabatos, alaridos y hasta
dejamos regueros de sangre y lágrimas en el piso. Gritamos porque no hay mejor
expresión de dolor que ese aullido que emerge de las entrañas cuando todo se
sale de control y te duele. Corte, sangre, quemadura y hasta pedazos menos.
El corazón en la herida.
Late, late, late y tu cerebro
solo piensa en aplacar el dolor!
Lo que olvidan decirte
es que las heridas superficiales duelen tanto o más que las profundas. Lo que
olvidan mencionar es que el peor error que puedes cometer, en este ámbito, es
pensar que nada te pasará y asumir que el otro que está a tu lado está constantemente
preocupado de cuidarte a ti también. La verdad es que tal vez el pelota ni si quiera se esté cuidando así
mismo.
En cuanto a seguridad,
en cocina mejor ser desconfiado. Ahorrarás muchas cicatrices.
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