lunes, 31 de agosto de 2015

Collide.

Es extraña la forma en que funciona la mente. Pensé que una vez terminada la universidad me relajaría absolutamente. De hecho, en un rincón muy oscuro de mi mente, me imaginé en pleno verano bebiendo piñas coladas (brebaje que, por cierto, detesto con mi alma), con un mar turquesa, piel tostada con aroma a sol y unas cuantas palmeras para romper un delicioso y brillante cielo azul… supongo que, ante las expectativas de vacaciones, a mi cabeza no se le ocurrió detenerse en el pequeño detalle de que aun estamos en invierno. Fue triste despertar unos días después de acabada la universidad y ver que caían perros y gatos desde el cielo y que esa piña colada no tenía más remedio que reemplazarse por un navegado bien caliente.


En fin, pensé que me pondría a actualizar el blog que tengo absolutamente botado, que ordenaría mi closet, que dormiría hasta medio día, que leería muchos libros y vería toneladas de películas y series. Ya saben, para actualizarme por efecto “tesis-no-tengo-vida”. ¿La verdad? La cama me sigue sacando a patadas desde las 7:30 am, no hay piñas coladas, he leído varios libros en este mes de vacaciones (5 nuevos y uno viejo para que vean que en este país si se lee, señores!) y reviví Grey’s anatomy por buscar algo de dolor y sufrimiento con un dressing de lágrimas – Nuevamente en este punto sospecho que la tesis dejó un forado en mis últimos meses- Ya voy a llegar al punto, paciencia. La cosa es que hoy me entretuve plantando unos minúsculos brotes de amapolas que me regalaron y me cayó la teja de que no había escrito nada acá. Mi amiga imaginaria responsable me hizo todo un análisis psicológico sobre el tema y lo ridículo de todo es que extraño la universidad.


Si, lo sé. Nadie extraña la universidad.

 Solo yo.

 Pero extraño mi rutina, mis amigos, a los profes, el aprender algo nuevo día a día. Es extraña la forma que funciona la mente, ¿eh? Supongo que, ridículamente, si no escribía que se había acabado pues, no se había acabado. Hey! Cada cual tiene sus formas de hacer duelo y para mi fueron 4 años maravillosos. Así que me quedé con las manos embarradas en medio de un día que si parecía verano, pensando que era hora de cerrar también aquí el ciclo. Así como en este mes de vacaciones decidí tomar aire, dar un paso al lado con algunas almas, cerrar fb por unos cuantos días, ordenarme, cortar, restablecer y retomar pues, faltaba este pedazo de mi mundo que partió justamente mi primer semestre.

No soy la de ese entonces y supongo que en 4 años más podré leer esto y ver que nuevamente no soy la de ahora. Esperando entrar a trabajar pronto, con altas expectativas puestas en mi y en esas ínfimas amapolas que planté a ver si sobreviven a diciembre para colorear la navidad. Cada vez que jardineo me vienen esos momentos de reflexión con tintes existencialistas que me hacen cuestionar dónde estoy, para dónde voy y que quiero. Tal vez es el contacto con la tierra, el barro, el volver a ser niña de nuevo que me hace entrar en esos estados iluminados en que todo puede ser posible. Me inspiro. No debería generar este efecto hacer hoyos en la tierra con una pala odiosa pero al menos puedo hacer algo por el planeta mientras escaneo mi existencia con lupa como si fuera un insecto.

 Es como lo mismo que me pasa en el gym con la diferencia que en el jardín no estoy preocupada de respirar profundo, un paro cardíaco o salir disparada desde la trotadora indignamente.


 Como seres humanos vivimos deseando cosas pero creo que, las más de las veces, no sabemos realmente qué diablos estamos pidiendo. Creemos que lo sabemos pero no tenemos ni idea. No sabemos con certeza, si eso que deseamos efectivamente nos hará bien o nos reportará algún beneficio.

Creemos que sí porque al final del día todos somos pequeños ególatras.

 Por eso nos ofuscamos y reclamamos cuando algo no sale de acuerdo a lo que esperamos. Todo el tiempo creemos saber qué es exactamente lo que nos conviene. Decimos que tenemos claro lo que queremos pero considero que la mayor parte del tiempo, simplemente improvisamos (con caras de que sabemos lo que estamos haciendo pero improvisamos rogando que todo salga bien). Supongo que en eso se resume mi reflexión de estos últimos meses. Tal vez, lo que nos sucede o deja de suceder obedece a otro fin que efectivamente si contribuye mucho más que ese deseo inicial improvisado nuestro.

 Alguna vez leí que, para alguna filosofía oriental, no veníamos a esta tierra para ser felices sino para aprender. Ya, ya, antes de que prendan la hoguera, saquen las pancartas, convoquen la marcha y armen las orcas piensen un poco en la idea. Últimamente es muy cliché buscar aquello que te haga feliz como si fuese un derecho adquirido; nadie se puede oponer a que tu alcances la felicidad! pero ¿Y si ese no fuese realmente el fin último de nuestra existencia?, ¿Si la misión en tu vida fuera otra cosa?


Demasiado jardineo por hoy parece…

Extraño la u. Extraño aprender más. No es tan entretenido tener ansias de más y que todo el mundo te diga “aprovecha las vacaciones, no hagas nada” cuando mi cabeza anda buscando qué inventar – y ser autodidacta lleva a varios errores… entre otros, aprendí que el queque de vainilla con trozos de chocolate y nutella cae por peso al fondo del molde. Nada de distribución equitativa de los trozos de chocolate con ánimos sindicalistas y la nutella marmoleada-.

 Estos meses llegue a la conclusión que soy feliz aprendiendo. Aun cuando improvise, aun cuando a veces me paralice por miedo, me gusta saber que me acuesto sabiendo algo nuevo que al amanecer ignoraba. Tal vez no llegué a esta vida para hacer grandes hazañas, tocar muchas almas, seguir el plan esperado para una mujer o dejar una gran huella. Tal vez solo vine a dar una vueltecita y aprender, cocinar, plantar algunas cosas, abrir y cerrar buenos ciclos, improvisar y juntar algunas letras.

 Disfrutar el camino que va con muchas vueltas y buenas vistas junto a los que me quieran acompañar.

 Canción del Momento: Collide de Howie Day.









No hay comentarios:

Publicar un comentario